Anoche soñé que llovía. Un aguacero, como las lluvias del monzón.
Como supongo que tiene que llover en Ranchipur.
La lluvia tenía su propia luz y no se veía nada más allá de su fulgor blanco.
Hoy también llueve. Y la mañana se convierte en todas las mañanas de mi vida en las que ha llovido.
Protejo el pan y el periódico y troto hasta los soportales y revivo las veces que he pisado en falso y el agua ha entrado en mis zapatos.
Y los paraguas que he ido perdiendo porque llovía y luego de repente no llovía y el paraguas se quedó en una cabina telefónica o colgado en la valla que rodea un campo de fútbol.
Llueve detrás de los cristales y llueve sobre el parabrisas del coche.
Y pienso sobre las propiedades misteriosas de la lluvia y su aparición aparentemente aleatoria en momentos muy precisos de nuestra vida. Insisto, llueve.
- Javier Duroderroer-